20050607

La mancha escarlata



Cuando salió, el cielo estaba oscuro. Mientras cerraba la última puerta repitió en su cabeza una lista de las cosas que tenía que revisar antes de salir de viaje: las tomas de gas, las cerraduras, las luces, las llaves de agua. En ese momento notó que el grifo del jardín goteaba. Se agachó y la cerró instintivamente. Sintió algo en la mano, se sacudió con violencia pero continuó sintiendo la viscosidad en la piel. Asumió que era el cuervo muerto de un caracol. Volvió a abrir la llave y se lavó bruscamente. La viscosidad persistía. Húmeda. En ese instante pensó en Ella, se permitió recordarla. Se secó las manos con la tela del pantalón que apenas tocaba sus piernas. En ese momento llegó a su mente, de la nada como el deseo, la imagen de una estatua de sal y se dijo en voz alta: no voltear hacia atrás, no retroceder. No permitir al tiempo que habite el cuerpo como una joroba.

Eran los primeros días de mayo así que las noches no eran frías del todo; habían terminado las ventiscas y el aire empezaba a ser cada vez más cálido. Las ventanas lucían claras, como una sonrisa. El plata del cielo era cada vez más azul. Respiró profundamente como si en ese respiro pudiera tragar el paisaje, ese territorio.

No había señales del taxi. Miró su muñeca en busca de la hora, costumbre que conservaba aún después de que hacía muchos años había renunciado a medir el tiempo. Buscó su celular pero se había terminado la batería. Sonrío como un resignado.

Decidió caminar la cuadra que lo separaba del boulevard y subirse a un taxi de ruta. Pensó en todos los rastros que se marcharon antes que él y que se habían convertido en nombres vacíos, en fotografías del olvido. Detuvo un taxi rojo. Siempre le fueron incómodas las explicaciones así que disfrutó no tener que indicar al taxista el lugar a dónde iba, se sumergió en el asiento como el vehículo en el río de luces rojas.

Cuando bajó en la calle Revolución observó los burros cebras, el hombre de la bicicleta y el perro, los zapatos suspendidos en los cables de la luz, la calle apretujada, las putas. No pudo negar la nostalgia que colgaba de la espalda como la mochila. Supo que es día era ya el ayer. La punta del trompo taladrando la tierra.

Dobló la esquina. Entró a un bar oscuro y atestado. Una mesera le tomó la orden. El ruido de la botella ámbar al estrellarse en el suelo vino después del disparo. Luego, la mancha escarlata.




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