20040127

Cartas de amor




Hay ocasiones en las que definitivamente estoy de acuerdo con Pessoa, hay otras tantas (generalmente si estoy enamorada) en las que me le opongo. Hoy no. Es difícil mantenerse alejado de la ridiculez cuando se escribe una misiva o un correo amoroso. Muchas veces me ha dado pena (muy propia) leer las cartas de amor escritas años atrás. En el peor de lo casos me han dado pena las cartas recibidas. No creo que esto sea una consecuencia de la condición posmoderna ni nada por el estilo, simple y sencillamente todos alguna vez nos hemos pasado de cursis. Ahora sí que cursis hasta la ignominia. Lo que nos diferencia de las generaciones de antaño no es otra cosa más que la manera de deshacernos de las evidencias de nuestra cursilería. Antes generalmente se recurría al famoso (y muy poco recomendable) cajón de los recuerdos, o bien al recurrido acto de romper las hojas en mil pedazos (más seguro e irreversible) y si ya de plano ganaba la vena romántica siempre había la opción de quemar todas las cartas no sin antes derramar alguna que otra lagrimilla. Hoy todo se ha vuelto más fácil, hoy solo es necesario dar doble click al delete y San se acabó. Cataplúm. Problema resuelto.


(la lágrima todavía es una opción si te crees capaz de derramarla en el tiempo record en el que el relojito de arena de windows da toda la vuelta.)(Si a pesar del esfuerzo no hay lágrima, acuérdate de la papelera de reciclaje e inténtalo de nuevo).